Margarita: “Este disco es mi disco, el de mi carrera. Ojalá no sea el último. Por este nuevo trabajo voy a pelear… ¡voy a luchar! No soy una quinceañera; soy madura, pero con un espíritu bastante joven; soy una artista de corazón, que ama lo que hace y, sobre todo, ama lo que hace arriba del escenario, la comunicación que hay entre el público y yo”.
“Cuando yo estoy en el escenario no me acuerdo de nada de abajo. Estoy ahí, y punto. Nada de lo que viví hace años se me viene de recuerdo. En mi nuevo disco le dije al productor, Bernardo Ossa: en esta cumbia enloquécete, nada más no pierdas mi base. Si no innovo, entonces no voy a crecer. Quiero trabajar muchos años, hacer muchos discos”.
El ritmo de la vida
En la historia reciente del concepto de música tropical, Margarita (Margarita Vargas Gaviria; Medellín, Colombia, 3 de octubre de…¿?) tiene un sitio importante en la variante popular llamada cumbia, una fuerza, ritmo y pasión acendrados en miles de barrios de miles de colonias de la República Mexicana, donde cada fin de semana cientos de grupos, muchos versátiles, y sonideros hacen bailar a la “humilde concurrencia que nos acompaña”.
Ha ofrecido cientos de entrevistas, pero por ese prurito propio de mujer, se niega a decir su edad. Se da al juego de rememorar episodios de su vida y deja al entrevistador las cuentas del paso de los días y los años. Más que Diosa de la cumbia, su segundo nombre artístico derivado de una de sus interpretaciones, Margarita es terrenal.
En la actualidad puede vérsele en los más diversos sitios, desde los que están por la estación Oceanía del Metro, en El Rayo, en Chalco Ecatepec. Ríe al cantar y se sabe sensual: “Digamos que soy una gordita sensual”, se define con sentido del humor, minutos antes de una actuación, donde ya la esperan sus fans, algunos de los cuales se le “lanzarán”, sin que ella se ofenda. “Soy artista y ya llevo muchos años en esto. Pero tampoco soy vieja”. El tiempo, una y otra vez. Su padre, Félix Vargas, un gerente de radio, fue su primera influencia musical. De la cabina de la emisora se emitían las canciones que ella y sus paisanos repetían. La pequeña Medellín es una provincia, exuberante, con un paisaje verde, de clima cálido, a veces bochornoso por las lluvias. Margarita jugaba y oía las canciones, la música propia de esos lares.
A tierra caliente, ritmo caliente. Se ve normal que la familia baile, que la gente salga y se deje llevar por el ritmo. “Me acuerdo que cantaba Ojitos verdes, canción mexicana, a los 3 años. Creo que ahí empecé. Fuimos cinco hermanos.” Al morir su padre cuando tenía esa edad, la vida dio un giro de 180 grados. “En ese entonces la música no era un alternativa profesional; era un pasatiempo. Componía canciones, tocaba la guitarra. Oía mucha música, eso sí”. A los 14 años, cuando “apenas iba a entrar a la prepa, tuve que buscar trabajo. Me metí en las ventas y desarrollé otros oficios”. De ahí hasta los 18 años. Se sacrificó para que estudiaran sus hermanas. Pero ya estaba en la música. “Cantaba en un grupo, en los hoteles”. Soñaba con novios, con el amor, con una vida tranquila.
Margarita era una muchacha común. Ahora tiene experiencia, pero se resiste a que se haga una biografía, pues acostumbra olvidarse del pasado. “Lo que pasó, ya paso. Hay muchas cosas de las que no me quiero acordar. De pronto la mente no quiere acordarse. He estado en terapia, en la hipnosis, en la regresión. Pero eso es para estar bien. Esta vida es para gozarla, no para estar sufriendo. Lo pasado, pasado. “No acordarme es bueno para mí porque así me conservo joven. Me iba a casar, pero yo soñaba con ser artista. En ese tiempo, un muchacho que hacía jingles, en Barranquilla, que se llama Memo Carmona, me escuchó cantar y me contrató para hacer jingles, para la radio y televisión".
“De ahí me conoció un productor, Fernando Parra. Tuve un novio que me dijo que él quería una esposa, no una artista. Me sentí presionada. En ese momento yo elegí la música. En cuatro meses grabé un disco. Así comencé. Sí me dedicaba a la música, pero no totalmente, pues tuve que hacer otras cosas".
“De ahí paré dos años. Empecé a vender varios productos, pero no me sentía feliz. Me di cuenta de que era porque no estaba trabajando en la música. De vez en cuando hacía shows. Nos fuimos a vivir en Medellín y grabé en Discos Fuentes. Me paraba en la disquera desde las dos de la tarde. Víctor Nani escuchó mi voz y dijo que quería esa voz con la Sonora Dinamita. Pasó tiempo para que yo viniera a México. “En Medellín pasaba hambres. Grabé, en Colombia, Oye, La cumbia del sida, La maleta, La cortina y otras; el caso es que recibí dos discos de Oro, allá, en Medellín. Me los mandaron de aquí; aun con esos discos de Oro en la mano pasaba otras dificultades. No recibía regalías porque yo no firmé por ellas. Era una muchacha sola, sin conocimiento de lo que pasaba en la industria”.
Todo fue vertiginoso. Era famosa y no lo sabía. Tampoco ganaba lo que debía. Era un sino adverso. Vino la propuesta de viajar a México para unirse a La Dinamita. “No aceptaba trabajos por eso. Cuando me vine para acá no tenía la más mínima idea de que este país estuviera tan grande, del tamaño de esta ciudad. Llegué al aeropuerto, me hospedé y no salí del cuarto de hotel.
“Me decía: Dios mío, qué voy a hacer, me voy a perder. Tenía tanto, tanto miedo, y al otro día había un baile. Llegar a vivir sola es difícil; yo estaba acostumbrada a vivir con mis hermanas. Al llegar aquí me la pasaba en un cuarto de hotel sola, sola; sólo la televisión y yo. Fue muy difícil, horriblemente difícil. Ahí compuse muchas canciones, escribí muchos poemas, cientos de cartas”.
En La Sonora Dinamita conoció al líder Lucho Argaín, hoy fallecido. “Digamos que fue un hombre que me quiso mucho y yo a él. Tuvimos muchas diferencias; lógico, porque… cuando yo me salí pasaron cosas muy feas que no debieron haber pasado. Gracias a Dios, antes de morirse Lucho tuvimos la oportunidad de perdonarnos: yo por haberme salido y él por haberme metido a la cárcel”.
Es el “incidente Argaín”. Ríe al preguntársele sobre el tema. Los recuerdos. El tiempo otra vez. Lo malo, para olvidarlo. Explica: “Nosotros trabajábamos como Sonora Dinamita. Me salí porque, primero, me embaracé. El papá de mi hijo estaba en el grupo y Lucho no quería que estuviéramos juntos. ‘O él o tú’, nos dijo. Además había otras cosas que no le gustaban. “No estoy acostumbrada a herir a los hombres ni a que cuenten sus cosas. Viajábamos mucho y yo los oía platicar de sus cosas, de historias de mujeres. Les reclamaba que yo no tenía por qué escucharlos. Eso fue otro motivo. “¿Lo de la cárcel? Al salir trabajé, canté, y me demandó que por plagio. Antes de una presentación llegó la policía. Me llevaron a los separos. Me revisaron. Me encerraron, y yo con mi ropa de artista. ¡Fue una cosa terrible! Cuatro días estuve ahí, con la misma ropa, encerrada, pero las policías me dejaban bañar en su baño. Me dejaban hacer una llamada a mi casa. Yo había dejado de fumar, y volví a fumar. El comandante me daba mis cigarros. No comía; sólo tomaba café”. Fumar, fumar. ¿Cómo se fuma en la cárcel? “Horrible. Se fuma uno el tiempo. Te incomunican, no te dejan pasar una almohada. No sabes qué te va a pasar”. Asegura que Lucho Argaín nunca la golpeó ni la mandó golpear. “¡Para nada, para nada! ¡Nunca!”. Se reivindica: “Soy una persona a la que no le gusta hacer las cosas chuecas. Si alguna vez cometo un error, lo reconozco. Soy humana. Me gusta vivir libre. No soy de las personas que pisan a alguien para someterla”.
Nunca ha pensado en el retiro, ni en esos días del incidente. “¿Después qué haría? Al salir de la cárcel me quedó un delirio de persecución. Al ver una patrulla acercarse me daba miedo. Hubo gente que me mantenía asustada, la cual me citaba el 33, el de la expulsión de los extranjeros. Eso sí aprendí: que cualquiera te puede meter a la cárcel.
“Hoy soy muy feliz. Si alguna vez le hice daño a alguien ya lo pagué, ¿no?”. Su espíritu no menguó: “Me puse a trabajar, saqué el carácter. Grabé un disco con un grupo, en 1990, llamado Margarita y su Coco Loco. Vino una película y regresos a Colombia. Cambié el nombre del conjunto al de La Sonora de Margarita.
Desde entonces ha grabado 14 discos, algunos con Peerless, más compilaciones, quizá otros siete. No sé cuántos discos he vendido. No tengo idea. Nunca he tenido una promoción como debe ser, hasta ahora”.
Porque el mexicano es rumbero. Y hay una historia, con la Santanera y tantas otras agrupaciones, desde hace muchas décadas. El mexicano tiene la música tropical en la sangre; aparte de lo norteño, la banda y todo eso, lleva lo tropical. Aquí bailan de una manera muy peculiar, diferente a los colombianos.
— ¿La cumbia es para el pueblo?
— Es para todo el mundo. Yo estuve con mi grupo en la boda de Emilio Azcárraga Jean. No hay a quien no le guste la música popular. Los que consideran esta música de bajo nivel están mal. Al fin y al cabo en ninguna fiesta falta un disco de música tropical. Depende la educación que tengas. Yo me he aventado evoluciones que ni me la creo.
En su nuevo disco, “Cuidado que vengo yo” , hay una evolución. Hay vallenato, baladas, ritmo puro. “Este disco es mi disco, el de mi carrera. Ojalá no sea el último. Por este nuevo voy a pelear, voy a luchar. No soy una quinceañera; soy madura, pero con un espíritu bastante joven; soy una artista de corazón, que ama lo que hace y, sobre todo, ama lo que hace arriba del escenario, la comunicación que hay entre el público y yo”.
“Cuando yo estoy en el escenario no me acuerdo de nada de abajo. Estoy ahí, y punto. Nada de lo que viví hace años se me viene de recuerdo. En mi nuevo disco le dije al productor, Bernardo Ossa, en esta cumbia enloquécete, nada más no pierdas mi base. Si no innovo, entonces no voy a crecer. Quiero trabajar muchos años, hacer muchos discos”.
Sus discos son ejemplos de variedad rítmica. Hay baladas, temas tranquilos y románticos, y otros bailables, para las fiestas, para alegrarse. “Yo pienso que el estilo lo llevamos en la voz. Sí, hay quien vulgariza la cumbia, pues no la conoce”.
—No faltará quien diga que tu incursión en el vallenato, en tu nuevo disco, es una aventura; lo baila Gabriel García Márquez, es una subcultura en Monterrey, impulsado por Celso Piña. Es un ritmo que ha permeado a otros géneros, como el rock, concretamente al Gran Silencio.
—Sí, pero toda mi vida es una aventura. Lo mío es una fusión de cumbia con vallenato, porque lleva trompetas, el bajo va diferente, güiro, armonías, guitarras. Es un vallenato que a mí me suena así, pero con una innovación. Quien lo escuche lo sabrá. Debemos estar abiertos a los cambios, pues un síntoma de vejez es oponerse a los cambios.
Las apariencias
En el mundo de las apariencias, éstas son un momento de esencia. Reflejan lo real. La rodean los comentarios sobre su físico, porque no responde a los cánones de belleza de la mercadotecnia, de mujeres casi sin seno, ni abundantes caderas. No es su caso. “Me piden que ya no use las batas que me pongo en los conciertos. Que me vista pegadita, para verme más alta. Todo mundo tiene una opinión. Si yo le diera bola, como decimos en Colombia, a todo eso.. ¡bah! No tendría hora para vivir. Yo soy la que me visto, así me siento bien. Mientras mi sonrisa, mi cara reflejen lo que soy, ¡bien!, la ropa es lo de menos. “Le digo a mi marido: mira, 90-60-90… hay muchas. O sea: yo no soy del montón. Soy una gordita sabrosa. Hay bellezas que no son sensuales; yo sí lo soy”.
—¿A qué le tienes miedo, hoy?
—A nada. Quizá al mundo y lo que pasa en él. Sucesos como los Juegos Olímpicos, donde se abraza gente tan distinta. Eso puede ocurrir en otros lados. En el escenario le digo a la gente que se olvide de sus problemas, que no dejen que su felicidad se distraiga. Es sano eso; es una terapia. La música es una terapia, porque es un lenguaje universal. Para mí el público es una sola persona. Cuando les hablo son una sola persona. “Canto; sólo eso. No sé hacer otra cosa”.
"Extraña Colombia y a su mamá que le sobrevive. “Voy seguido, lo más que puedo, pero vivo en México y trato de disfrutar lo que vivo y como lo vivo”.
— ¿Por qué en México tiene éxito la cumbia, tú género? La explosión
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